Entrevista con Nancy Gewolb por Eugenia Montalvan. Mexico 2008

La poesía, un dulce para saborear
El sabor de las palabras según Nancy Mayanz
Mérida, 27 de marzo de 2008. Nancy Gewölb me pide que lea a Paul Celan porque en él puedo encontrar ciertas pistas para comprenderla a ella y su obra. Leo a Celan, y me encuentro con su suicidio. Nancy Gewölb también habla de suicidio, pero eso no significa nada. Sigo preguntándome qué de Celan traduciría para mí a una mujer que escribe en este siglo y que comparte con el poeta alemán el origen judío y la lengua inquieta.
Nancy Gewölb me habla de cosas impensables; por ejemplo, que en algún momento de su vida llegó a pensar en que se embarazaría de su propia muerte: “Una vez tuve una visión muy fuerte, y es que entendí que estaba embarazada de mi propia muerte, y me dejó muy tranquila saberlo…”. Nos juntamos para una entrevista con motivo de la presentación de su libro oyes el tono del sol, evento que celebraremos el próximo sábado en la Galería La Luz a las 8 de la noche.
–¿De qué modo depositaste en este libro, parte de tu vida?
– Oyes el tono del sol resume cuatro años de trabajo, cuatro años con algunos abandonos, evidentemente, a veces por desidia y otras por pudor de mirar mis apuntes y no saber qué hacer con ellos.
Nancy Gewölb llegó a Mérida este año con el objetivo de publicar su segundo libro de poesía; el primero se titula Las muchachas de Biarritz, y lo publicó en Chile, su país. Una vez que empezamos la diagramación de sus textos, decidió que éste, su segundo libro, lo firmaría con su apellido materno en sustitución del Gewölb.
Entonces, Nancy Gewölb es ahora Nancy Mayanz, y si bien el nombre ha significado una ruptura total con la herencia patrilineal, la adopción del Mayanz se dio casi de manera espontánea, y responde –sobre todo– al deseo de la escritora por hacer buena química con Yucatán, su gente y su naturaleza.
Principalmente gracias a los cenotes (ríos subterráneos), Mayanz logra adaptarse a esta tierra, que ha hecho suya y a la cual, no está de más decirlo, ha regalado un libro.
–¿Qué podrías decir acerca de tu escritura?
–Yo escribo de manera muy desordenada. Cada vez que viajo, por ejemplo, me llevo un libro en blanco, así que cuando se me ocurre algo, lo escribo, después recupero esos escritos y elijo los que más me gustan; siento que de esa forma hago una especie de barrido interno, pues por supuesto, desecho mucho…
–Eso de barrer no me suena muy apropiado si hablamos de un proceso de creación…
–Barrer, sí, de todas maneras sé que en mí hay una dualidad entre mi manera de ser y mi creatividad. Produzco pero no cuido el resultado, y en ese sentido mi arte termina siendo efímero, sobre todo en artes visuales.
–Te he escuchado decir que desintegras tus exposiciones en cuanto las desmontas, que te deshaces de todo, ¿por qué no te deshaces, igualmente, de tus apuntes o poemas?
–Lo que pasa con la poesía es que me he dado cuenta de que necesito mirarme en ese espejo que representa el libro terminado, y que simboliza, finalmente, el orden.
–Un orden fragmentado, ¿no es cierto?
–Te diré que a mí me cuesta mucho atreverme a cortar todo lo que creo que no me sirve… Yo le pido al poema reventarse hasta la mínima expresión, sólo que para llegar a esa mínima expresión requiero la máxima construcción del lenguaje.
Mi sensación es que cada palabra contiene palabras no dichas o indecibles. Y, viéndolo desde otra perspectiva, podría decirte que mis poemas son una especie de códices… letras enrolladas en sí mismas, a veces en espiral, y a través de las cuales busco reflejar o comunicar algo que no me atrevo a decir claramente, y que proviene de ese otro lado autodestructivo y terriblemente doloroso que tiene que ver con la vida misma.
–Y, sin embargo, tu poesía no es depresiva… No habla de desgracias, solamente.
–Me encanta estar viva. Me fascina la vida. Tengo un ego súper grande, si no lo tuviera no estaría presentando libros o no haría las cosas que hago en las artes visuales, como las instalaciones, que son proyectos monumentales, pero creo que mis poemas están en un entredicho. No en la duda, sino en el entredicho entre lo visual y lo armónicamente bien dicho porque siento que igual que las enfermedades del corazón, mis poemas tienen una arritmia, lo que hace que algunas personas se sientan mal cuando los leen; mis poemas se respiran mal, yo lo sé.
Nancy se toma un tiempo para pensar, adopta una posición más cómoda en el sofá del bar, y dice: La vida no es lo más bello que existe ni es lo mejor que nos pudo pasar. Es un poco duro para mí enfrentar eso que podría llevarme a un suicidio, o sea, la vulnerabilidad y lo indecible del dolor de vivir…
Siento que detrás de cada uno de mis poemas hay exasperación… –continúa– , pero también siento que puedo seguir escribiendo así.
Le digo a Nancy que se le ha criticado por escribir textos o poemas muy breves, por escribir lo menos y no lo más… A esto ella responde con una pregunta: ¿Decir mucho –en el sentido de cantidad– sobre una cosa es decir mucho sobre esa cosa? Yo no quiero hablar sobre una piedra, por ejemplo, sino que es desde dentro de la piedra que quiero hablar.
A mí me gusta el lenguaje, –sentencia–. Las palabras para mí son como dulces, disfruto encontrarles el sabor que tienen, no obstante siento un goce un poco sádico portándome mal con ellas, y tironearlas hasta que digan lo justo.
Nancy Mayanz empezó a escribir poesía con unas amigas hace unos 10 años. Su grupo no existe más, pero ella se sigue encontrando bien escribiendo. Se alimenta de experiencias personales, sueños, vivencias… Tiene una mente sagaz…
“Me acuerdo haber leído a los 14 años un libro de Yvo Andric, y una frase suya se me quedó fija en la memoria: La vida es una larga enfermedad que empieza con el nacimiento y termina con la muerte. Sentí que eso es la verdad, y alrededor de todo eso he reflexionado y escrito mucho”.
Por último, al preguntarle a Nancy Mayanz de qué se trata el juego de la poesía, dice:
–¿De qué se trata? No hay un de qué se trata. Sólo sé que hay un todo en el que se trata y maltrata a la escritura como personaje principal, y siempre es ella, nunca es él. Nunca hay un masculino en mi poesía.