ALQUIMIA DEL DESPLAZAMIENTO



Despertó un día muy temprano por la mañana. Como una aureola descansaban sus bucles en el rocío de la almohada. En sueños se había desdoblado viajando. Su transpiración se confundía con el mar. ¿Cómo decirlo sin lengua? Sobre el velador había un tratado de poesía pironáutica; al lado reposaba una maleta con ropa y un escapulario...

El viaje y la errancia parecen haber sido condiciones originarias del ser humano. Sin tener asiento fijo, se reproduce dicha dimensión arcaica que le permite al individuo orientarse desde otra identidad, sin desprenderse de su origen cósmico. De aquí surge una consciencia que no se adhiere a la propiedad material (cuyo peso significa estorbo en el desplazamiento), evitando así la legitimación del poder sobre lo humano y la paulatina alienación de la (propia) naturaleza.

"Errar" es también divagar el pensamiento, la imaginación, la atención, es decir, dar inicio al momento creativo, que se decanta en su extrema focalización posteriormente en obra de arte. Más allá, errar, es tener la certeza del equívoco posible, readquiriendo la dimensión humana que inaugura el proceso de una ética autorrealización.

Toda cultura sedentaria desciende de algún pariente errático que se detuvo en su migración, habiendo quemado sus naves alguna vez en el pasado. Al "quemar naves", se intensifica el compromiso vital que permite arrostrar las máximas de la (nueva) realidad.

Una antigua historia china narra que Xiang Yu mandó a destruir los barcos que había utilizado su propio ejército CHU, para demostrarles que al no poder regresar, debían combatir las tropas QIN del adversario Wang Li hasta la muerte. Cada soldado de CHU luchó por diez y el ejército QIN fue derrotado.

El desplazamiento en barco es una alquimia entremundana. Algunos ven en la nave la representación simbólica del viaje a la vida futura. En el arribo en "tierras nuevas", el navío encalla en la memoria del viajero. Memoria que se transforma en nostalgia cuando él inquiere en los mapas el vapor de su rumbo.

La obra de Nancy Gewölb no sólo rescata aquí la experiencia del extrañamiento del forastero, sino que aquél del propio ciudadano surgido por una crisis de valores espirituales, como efecto de la modernización que afectaron la vida y el entorno urbano. Esta experiencia cotidiana es para algunos semejante a un desembarco.

La obra de la artista se percibe como instrumento de conocimiento vívido y reflejo de un abordaje simbólico de la vida humana en el umbral de un milenio, presintiendo un periodo de migraciones masivas, e incentivando un estilo de vida que comprende el planeta como "habitat pasajero".

En la tentativa de "curarse ante la obra del tiempo" (M. Eliade), Nancy crea un barco, que al estar varado en la frontera de la realidad, irrumpe en otro lado del deslinde, cuando zarpa en la imaginación. Esto ocurre en un ritual mítico que corresponde a la unión simbólica del agua y el fuego; representada aquí por una interacción dialéctica, en la que el visitante "quema sus naves" (por el reguero del papel en el sentido de su rumbo) recuperando, en la huella individual, su rumbo perdido.

Ricardo Loebell