Las muchachas de Biarritz, por Priscila Oses

El viaje como conocimiento es, asomarse a las cosas abriendo una ventana en la dura corteza del mundo recibido, o incluso, salir hacia ellas, abriendo una puerta, para penetrarlas. Así, pues, el conocer es como un desplazamiento, un tránsito desde la esfera cotidiana o la fisonomía superficial de las cosas, hacia esas otras esferas o dimensiones más internas de lo que nos circunda. Es el caso de Las Muchachas de Biarritz, poemario que se construye como un mosaico de citas, una cartografía a partir del espacio del espacio: La Página.

Nancy Gewolb, proveniente del campo de las artes visuales, nos propone un recorrido paisajístico, no como cuadro de naturaleza, sino como cuadro de acontecimientos respecto de la historia -acompañado de un proceso de simbolización - y del territorio, a partir del objeto hallado: la fotografía de tres muchachas caminando por las calles de Biarritz (Barcelona 1925).

Teniendo en cuenta que la fotografía tiende a revelar cierta persistencia de la especie, el texto se nos presenta como una trama que va hilando diferentes sentidos, distintos recorridos “la vuelta más alta / precedida / por la más baja” hasta formar una tela de araña, la cual termina siendo un mapa que si lo miramos con cierta cercanía, nos cuesta descifrar, cómo del comienzo llegamos al final “los extremos incrustados / la cuerda cortada y después anudada / la espina sobre la letra”. Este tránsito recupera el álbum de familia fuertemente marcado por la presencia de la madre como autoridad, como refugio, como testigo, como animal, como un resto que permanece intacto a lo largo de todo el libro. Muerta o viva (da lo mismo), situada en una esfera fuera del tiempo, la abuela Raiza “judía errante / parca en palabras / sigue siendo / aunque vieja / y vencida capaz de arrastrar / su cruz”, la madre Naomí “rendida por el sueño / con miedo a envejecer / a transformarse / en mueble / o persona común / habla sin parar”, la hija Tamara “ella / como nadie / sabe causar sufrimiento.......el gozo total / y el maleficio terrible / de intentar ser”

“Con ellas empiezan las genealogías” y el transcurso del viaje en el que el yo poético como en el caso del narrador proustiano, se introduce en la dimensión del recuerdo, en la confrontación del dolor “Valparaíso, inicios 1974 oscuridad / ellos no saben con qué tropiezan” “cajas en cuyo fondo hay algo que ver / (vientres abiertos, tumbas profanadas)”.

La reconstitución al modo de instantáneas en el transcurso del trayecto pierde continuidad, los elementos retóricos de la fotografía y de las intervenciones visuales no reaparecen y quedan como simple pretexto; dejando paisajes sin tocar y acercándose de lo oscuro al día, en el rodar de una idea destinada a llegar a puerto. Un faro soluble en el tiempo del transcurrir entre dos embarcaderos se va la vida hacia un amparo elegido como estación y como fruto, haciendo el centro del viaje en aquello que estará a la espera. Un barco a la mar que de todos modos se detiene aquí y allá en puntos necesarios pero poco claros.